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Historias de mi matriz

Cementerio y jardín

 

Adriana Ordóñez Ortiz

Hace 11 años me cambió la vida.

Estuve gestando y casi muriendo a los 15 años: abortando en la ilegalidad y desangrándome; salvándome la vida, sintiéndome anciana niña; sintiéndome paridera de vida, de muerte; siendo mujer raíz, mujer río, mujer montaña y mujer tierra, siendo muertera.

Allí me acompañé a morir y a renacer. Llevaba en mi cuerpo 5 muertos, 5 duelos. Ahora ésta, una muerte más, estaba siendo en mi cuerpo, en una parte de mí. Acompañé a morir a la bebe en mi vientre, siendo yo nuestra única compañía.

Después vino mi hija mayor, mi bendición, y en ese momento fui madre niña. Fui madre a los 22 años por no querer llamar a la muerte de nuevo. Ya era anciana… por muertera, por ser acompañante de vida y de muerte. Madre despreciada por joven y madre guerrera.

Hice magia, llené nuestra vida de belleza y de violencia, de vergüenza y de amor, de danza y de esfuerzo, de poema y de rezo.

Hacia afuera danza, vida y amor; y hacia adentro la violencia que me dolía, que había vivido y que veía. Me quebré tantas veces sin tribu, con un entorno para el cual era invisible y que no me permitía pedir ayuda.

Mi niña sabia, mi tesoro, creció conmigo, con mi esencia y también con el personaje de la perseguidora, la perseguidora de sobrevivencia. Ella es compasiva, mi hija es sabia, es mujer cicatriz, mujer cueva, profunda, tejedora de vínculos y guardiana del perdón; tiene visión de águila y abuela desde niña.

 

Hace 11 años, luego de haber iniciado mi camino somático y de haber reconocido el agotamiento, el cansancio, el dolor, la violencia, y también después de haber vivido algunas relaciones amorosas llenas de desigualdad, celos y rabia vino ella a mi vientre: mi pequeña.

Hace 11 años nació como Delfina de mis entrañas. Hacía 5 décadas que en mi linaje materno nadie nacía por vagina y este parto fue el primero en 100 años. El primero en 100 años de dolor con gozo, de nacimiento fácil, sin anestesia, sin alopatía.

Hace 11 años conocí mi poder, mi laguna, mis lágrimas, mi oxitocina, y ella me nació, mi última hija, sin hemorragias, en un parto fácil, precioso seguido por teta, amor, presencia y vínculo.

Ella navegándome, ella naciéndome y haciéndome nacer, ella curándome de vergüenza y permitiéndome una maternidad adulta, libre y salvaje. Ella atravesándome las entrañas mientras moría la placenta… y yo VIVA. Aprendí a no desangrarme. En la muerte de Ariadna y en el nacimiento de R la muerte venía por mi, como guerrera Maya, pariendo y muriendo me quedaba aquí, y en la soledad del post parto traía mis partes, traía la fuerza de mi sangre.

Después vino Azul a mi vientre en los podromos del divorcio. A él le pedí con honestidad, después de agradecerle su llegada, que muriera. Se lo pedí en silencio y en canto porque de nuevo estábamos, su papá y yo, en una relación desequilibrada, enferma, y vil.

Azul se desprendió entero en mis brazos, en casa, sin medicamentos, solo con comunicación entre él y yo. Nace a la muerte, le recé y él me escuchó. Nació en mis manos, dentro de su PlacentAmor, placenta de alga blanca, como fimbria, placenta pétalo y flor.

Mis 4 partos: el primero y el último a la muerte, el segundo y el tercero a la vida con mis dos hijas vivas y llenas de vida. Mi linaje, mi legado, mis sabias y mis maestras. Los dos primeros partos acercándome a la muerte y los dos últimos llenándome de vida.

Todas las mujeres somos cementerio y jardín. Y así como las mías, las historias de nuestra fertilidad están en silencio tejiendo sabiduría, rezo y amor.

¿Y tú? ¿Cuál es tu historia de matriz? ¿Cómo está el hilo de tu perdón? ¿Que te duele en cada menstruación?

Texto: Adriana Ordoñez Ortiz

04.04.23

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